José Mª Dorado es leyenda

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José Mª Dorado es leyenda
José Mª Dorado

Doctor ingeniero aeronáutico, miembro de la Academia Internacional de Astronautas de París e historiador de la actividad aeronáutica española, este burgalés sigue contagiando entusiasmo y pasión al relatar las aventuras espaciales que jalonan su recorrido profesional. Recuerda mucho a la Santa de Ávila en su habla espontánea y fresca, fiel reflejo de su personalidad que con arrojo le llevó a emprender peripecias arriesgadas que recuerda con profusión de detalles.

Si exceptuamos a los deportistas y otros profesionales de ámbitos muy concretos, no es costumbre en nuestro país reconocer los logros y hazañas de colectivos como investigadores, científicos, médicos, etc. En general, la ciencia no vende; aunque haya verdaderos talentos que bien merecen un puesto de honor en nuestra historia y que luchan contra viento y marea en terrenos nada fáciles para no desaparecer en el olvido, a la manera de la “Legión perdida de Craso”.

Es el caso de José Mª Dorado, cuya impecable trayectoria profesional merece ocupar un lugar especial como uno de los padres de la astronáutica española. Esta es una breve crónica de su fascinante andadura, en la que figuran hitos como la puesta en marcha del primer satélite español (INTASAT), del MINISAT, la creación de SPACELAB y la torre de lanzamiento del Ariane, entre otros.

LIBRO DE LA VIDA

Como aquél primero que escribiera Teresa de Ávila sobre su experiencia humana, Dorado narra sus comienzos: “Cuando yo empecé en el INTA teníamos 100 pesetas al mes para comprar material”. Una de las grandes partidas presupuestarias llegó en forma de 10 ó 12 millones de pesetas y se invirtió en montar un laboratorio. En aquellos años su trabajo se centró en los sistemas eléctricos y electrónicos de aviones, haciendo los ensayos en los laboratorios y luego en vuelo. Y llegó el año 1967 en el que por vez primera se hizo un Plan Nacional de Espacio, en el que aparecía un programa de colaboración con la NASA para lanzar cohetes de sondeo y empezar a estudiar la atmósfera, para lo que era necesario construir una base en Arenosillo (Huelva).

Su entonces jefe en el INTA, José Mª Goya le planteó la posibilidad de seguir con los aviones o emprender la aventura del Espacio y optó por la segunda, convirtiéndose así en el pionero de este nuevo sector. Partió a Huelva y organizaron allí el campo de lanzamiento de cohetes en cuyas instalaciones se produjeron bastantes anécdotas y desde donde partieron cohetes que se compraron en Inglaterra, hechos por una empresa americana que era Aerojet.

Libro de la vida

Cuenta que en Los Ángeles (California) había un Instituto Tecnológico que contrató a Theodor Von Kármán, ingeniero y físico húngaro-estadounidense, que montó un túnel de viento que atrajo a las industrias aeronáuticas. Y así se puso esta industria en marcha allí, que construyó los primeros cohetes en América, obra de Frank Malina con ayuda de otros compañeros. Y llegó la Segunda Guerra Mundial, con una gran demanda de los motores para hacer despegar aviones desde portaviones o pistas pequeñas. Les ponían los cohetes que había hecho el equipo de von Kármán y crearon una empresa que se llamaba Aerojet, que montó una sucursal en Inglaterra (Bristol Aerojet).

Von Kármán tenía una relación muy buena con el entonces director del INTA, Esteban Terradas, y formó un pequeño grupo aquí que ayudaba a realizar estudios de combustión. De forma que cuando hubo que comprar cohetes se adquirieron en Bristol. También se hicieron unos primeros trabajos para desarrollar cohetes en la sección de armamento del INTA, buscando la colaboración de un Instituto oficial Inglés a la manera de INTA, a través de una empresa que era Hawker Siddeley y se empezaron copiar unos cohetes ingleses.

Fue en este momento y por la relación con esa empresa, cuando se planteó por primera vez hacer un satélite. El problema era que el lanzamiento era muy caro y había por tanto que recurrir a uno de tamaño pequeño que pudiera ir de “polizón” en un lanzador junto con otros satélites. Inglaterra después de la Gran Guerra no podía afrontar aventuras espaciales y le interesaba compartir gastos, así nos vieron como un socio rentable y empezamos a colaborar. “La verdad es – recuerda Dorado- que nos dieron mucho por poco dinero. Nuestro equipo de trabajo era superior al de los ingleses, todos eran doctores en ingeniería. Pero problemas presupuestarios impidieron que siguiéramos trabajando con ellos, alargándose el proyecto por nuestra cuenta”, añade.

En paralelo se había establecido otro contrato con la empresa British Aircraft Corporation que era la que hacía misiles tácticos de combate en Bristol. “Empezamos un desarrollo innovador para la época en Europa: hacer una tecnología de satélites thin feel, lo que ahora se llama microchip”, comenta José Mª. Otra vez la falta de presupuesto les obligó a concentrarse en otros asuntos.

LIBRO DE LAS FUNDACIONES

Al igual que Santa Teresa relata en este libro su hazaña de reforma del Carmelo y fundación de varios monasterios por toda España, José Mª Dorado comienza en este momento a escribir una página de la historia sin saberlo. Designado Jefe de Proyecto de INTASAT, el primer satélite español, formó un equipo muy completo compuesto por jóvenes ingenieros aeronáuticos y de telecomunicaciones entre los que figuraban Francisco Mata, Inocencio Tato, José María Carmona, Pedro Pintó, José Torres, Guillermo Álvarez Santullano, José Luis Díaz Garrido, Fernández Sintes, García Almuzara, Hidalgo, Pérez del Puerto y Alfageme, entre otros. “Eramos jóvenes y aceptábamos desafíos importantes. En aquella época hacer un satélite era como ligar con Charlize Theron”, añade Dorado.

Gracias a una propuesta de INTA y con la colaboración de Construcciones Aeronáuticas (CASA), Standard Eléctrica (hoy Alcatel) y la británica Hawker Siddeley Dynamics, el programa comenzó a tomar cuerpo. Posteriormente, la presencia norteamericana se hizo presente mediante un programa de cooperación con la NASA, consistente en la puesta en órbita del satélite —gratuitamente—, aprovechando alguno de sus ya rutinarios lanzamientos.

Experiencias místicas

Tenían todos los medios necesarios, una cámara medioambiental, vibradores en dos direcciones, aceleradores, equipos de laboratorio, todos los medios de ensayo, con tamaños pequeños pero absolutamente válidos, excepto el simulador solar. “Uno de los ensayos de la época consistía en ponerle en una cámara donde había un sol artificial, un vacío y moviendo el satélite pasaba por la oscuridad, volvía a la luz y se iba viendo cómo cambiaba la temperatura.

Esta operación había que hacerla durante un montón de horas”, relata José Mª. Prepararon un modelo térmico para llevarlo a ensayar a Washington (EE.UU.). Tenía que ir con valija diplomática y junto a un equipo de 5-6 personas. La proeza no pudo ser más divertida. “Me fui a la terminal de carga y lo metimos en el avión, regresamos a la terminal de pasajeros para embarcar y cuando llegamos a Washington, el satélite no estaba”, cuenta Dorado. Después de investigar descubrieron que había habido un problema en aquel avión y tuvieron que cambiarlo sin informar a nadie. En definitiva, buscando el satélite apareció en Filadelfia y allí lo rescataron como si se tratara de un hijo perdido.

Con un peso aproximado de 24,5 kg y una forma de poliedro de doce caras, INTASAT contaba con un tronco de cono y una plataforma de instrumentos, a cuyas dos caras iban sujetas las unidades electrónicas. Los paneles solares estaban pegados a cada una de las caras del poliedro y las tapas inferior y superior del mismo estaban recubiertas por “mantas térmicas”. Con el objeto de conseguir la estabilización del satélite por el campo magnético terrestre, el INTASAT integraba un imán permanente y unas barras amortiguadoras.

DESAFÍO ESPIRITUAL

Por una serie de problemas técnicos, cambios de piezas, se preparaba el satélite para lanzar y siempre se producían averías. Así pasaron dos meses, hasta que llegó el momento de lanzamiento. El cohete Delta logró por fin ponerlo en órbita polar a 1400 km. de altura, como carga complementaria del satélite meteorológico estadounidense por infrarrojos ITOS-G (NOAA-4) de 339,7 kg, al que acompañaba el Oscar 7, otro pequeño ingenio para radioaficionados de 28,8 kg. Fue el 15 de noviembre de 1974, desde la base de Vandenberg (California) y es importante señalar que el error de posicionamiento del satélite fue inferior a 100 m.

Desafío espiritual

El satélite INTASAT tenía la misión de realizar un experimento científico para el estudio de determinadas características de la Ionosfera, a través del análisis de la señal que se enviaría a la Tierra por medio de un transmisor llamado “Faro Ionosférico” y un sistema de antenas que se desplegarían una vez que el satélite estuviera en órbita. Y también un experimento tecnológico que se centró en el estudio de los efectos que la radiación produce sobre unos semiconductores de tecnología “C-MOS”.

Les autorizaron a usar una frecuencia de radio durante dos años, con una potencia determinada y luego tenían que apagarlo. Para hacerlo, Francisco Mata, jefe de diseño de la electrónica, hizo un diseño de reloj con redundancia cuádruple que funcionó con muy poco error hasta que al cabo de dos años se apagó el satélite. “No nos costaba nada haberlo tenido más tiempo encendido, era cuestión de ajustar los condensadores y resistencias, pero esas eran las normas”, comenta Dorado.

Los datos se recibían en Arenosillo, en el INTA y en otras 30 ó 40 estaciones repartidas por todo el mundo. También lo siguieron universidades e instituciones. Fue un éxito y se reclamó la puesta en marcha de otro satélite. Pero la escasez de recursos económicos acabó con el sueño.

“La cobertura mediática fue nefasta en España, carecía de interés - concluye José Mª-. En aquella época estaba al frente de la corresponsalía de TVE en Estados Unidos, Jesús Hermida, desde la que mandaron un redactor a la base para cubrir el lanzamiento. La anécdota fue que estuvo un día o dos, pero como hubo cambios y retrasos, finalmente dieron la noticia de que se había puesto en órbita cuando todavía no se había producido el lanzamiento”.

También en INTA, se llevaron a cabo otros desarrollos que bien merecen consideración. Por ejemplo, en España no había un laboratorio de patrones, así que cuando se fabricaba un voltímetro en Bilbao y otro en Barcelona nunca se sabía si eran iguales. Costó poco dinero y Guillermo Pérez del Puerto, director del departamento de Equipo y Armamento en INTA, lo hizo. “Industrialmente fue muy importante ya que todos traían sus equipos a calibrar o bien podíamos salir fuera a calibrar los radares, porque los radares de vigilancia del Espacio no estaban calibrados”, dice Dorado.

Asimismo se desarrollaron los primeros laboratorios ambientales, para poder ensayar equipos en humedad, vacío, calor y frío, etc. Y se generaron unos laboratorios electrónicos muy buenos, que les permitían ensayar todos los equipos electrónicos que fabricaba INTA o la industria.

Intasat

Dorado también comandó el primer Manual de Fiabilidad que publicó el INTA y el primer Manual de Calidad, dando las primeras conferencias sobre control de la configuración que no existía. “El Espacio es como si cogiéramos una vaca, la partimos en trozos y luego la recomponemos consiguiendo que siga masticando. Es lo que se llama el control de las interdependencias. El ámbito del Espacio tiene una ventaja didáctica; enseña últimas técnicas de la ingeniería y a ser respetuoso con la calidad. Y ese conocimiento hay que compartirlo”.

EXPERIENCIAS MÍSTICAS

Tras una temporada en la empresa nacional Bazán, José Mª Dorado entró a formar parte de Sener para hacer el laboratorio de microgravedad SpaceLab, encargado por la ESA, que sería transportado por el transbordador espacial en sus misiones al Espacio. Con un diseño modular, se podía reajustar para cumplir con ciertos requisitos según la misión. “Empecé a conocer a mucha gente interesante del ámbito espacial de la Unión Soviética. Hicimos los módulos de atraque del transbordador Hermes”, comenta Dorado. También estuvo involucrado en la torre umbilical de lanzamiento de cohetes Ariane, que le pareció un trabajo muy interesante.

En la década de los noventa volvió a INTA y tras conseguir 12 millones de pesetas para empezar, logró poner en marcha un nuevo satélite con un magnífico equipo, MINISAT. En un principio se preveía que el proyecto estuviera compuesto de varios satélites, de los que hasta la fecha solo ha sido lanzado uno, el MINISAT 1, debido a que, según dice Dorado, nadie se ocupó de su comercialización.

CAMINO DE PERFECCIÓN

En aquella época entabló también una buena relación con Geoffrey Pardo, director del Programa de misiles balísticos Blue Streak de Reino Unido y precursor del Programa Espacial de su país. Juntos trabajaron en unos estudios sobre la fabricación de un lanzador espacial español, pero la falta de inversión una vez más les hizo abandonar el proyecto. Estableció unos acuerdos con Lookheed, que estaba haciendo unos misiles nuevos para lanzarlos desde Canarias, pero también se frustró. Siempre remando a contracorriente. Cuando se creó la empresa INSA se hizo cargo de ella durante siete años. A partir de este momento, se produjo un punto de inflexión en su vida; exhausto de la vida empresarial fue cuando empezó a escribir.

Posando para la historia

Lo primero que hizo fue organizar el Congreso de Astronáutica de la Federación Internacional que se celebraba en España. Le hicieron miembro del Grupo de Historia de la Academia. “Aquí en el Grupo de Grandes Proyectos estudiábamos cómo tenía que ser políticamente la Estación Espacial Internacional, cómo iba a ser la propiedad intelectual de las cosas, qué tecnologías se iban a usar, etc. Me dediqué a escribir y me ha resultado placentero”, infiere Dorado.

Satisfecho de su vida profesional, de la variedad, la posibilidad constante de conocer mucha gente interesante y especializada, Dorado escribió también las rúbricas de aeronáutica y astronáutica para la Enciclopedia Catalana. Incansable, guía y artífice, José Mª Dorado permanece al pie del cañón e indiscutiblemente merece una posición de honor en la historia espacial española.