OPINIÓN - Teresa Guerrero, Periodista de la sección Ciencia de El Mundo

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OPINIÓN - Teresa Guerrero, Periodista de la sección Ciencia de El Mundo
Teresa Guerrero, Periodista de la sección Ciencia de El Mundo

“La Tierra es la cuna de la Humanidad, pero no se puede vivir siempre en una cuna”. Konstantin Tsiolkovsky, uno de los padres del programa espacial soviético, pronunció en 1911 esta frase que despide a los visitantes de la muy recomendable exposición Cosmonautas, que hasta marzo acoge el Museo de Ciencia de Londres. La muestra recuerda el papel pionero que los soviéticos desempeñaron en los inicios de la carrera espacial, pero también sus fracasos. Y es que, aunque fueron los primeros en poner en órbita un satélite, un perro, un hombre y una mujer, nunca lograron hacer realidad el programa con el que planeaban enviar a sus cosmonautas a la Luna.

Tsiolkovsky murió en 1935, así que ni siquiera fue testigo del inicio del programa espacial en 1957, cuando fue lanzado el satélite Sputnik. Ha pasado más de un siglo desde que el científico expresara su deseo de descubrir otros mundos y el hombre sólo ha salido de la Tierra para viajar a la Luna. Faltan años, quizás décadas, para que pise Marte. Pero, mientras tanto, los humanos han construido un hogar en medio del cosmos, a 400 kilómetros de la Tierra. La Estación Espacial Internacional es una extraordinaria obra de ingeniería y un excelente ejemplo de lo que pueden lograr los países cuando se unen y comparten su talento y su dinero.

Probablemente la exploración espacial sea uno de los campos en los que mejor sirve el dicho de que lo importante es el camino. Porque para hacer posible el viaje a otros planetas, es necesario desarrollar tecnologías y estudios que están teniendo multitud de aplicaciones en la Tierra. Desde la miniaturización de ordenadores y móviles al GPS, pasando por los pañales o los estudios sobre envejecimiento.

Pese a estos desarrollos, a muchos ciudadanos les cuesta entender que se inviertan grandes cantidades de dinero en el Espacio. Es frecuente que en los comentarios de las noticias que publicamos en la sección de ciencia de El Mundo, los lectores se quejen del dinero destinado a las misiones espaciales, sobre todo en época de crisis. Alegan que es más urgente y necesario emplear ese dinero en ayudas sociales, infraestructuras, educación y, en definitiva, en mejorar la vida en la Tierra.

Parece evidente que las agencias espaciales, las empresas del sector y los medios de comunicación tendríamos que explicar mejor los beneficios derivados de la carrera espacial y, también, que muchos de ellos tardarán en llegar. Porque, con frecuencia, las aplicaciones de los avances científicos han surgido años –e incluso décadas– después.  ¿Para qué sirve ir a Plutón? ¿Merece la pena gastar millones de euros en lograr que un robot aterrice en un cometa? Muchos pensamos que sí. La exploración espacial sirve para conseguir avances tecnológicos, generar riqueza y empleos cualificados, y contribuir a la prosperidad de una nación. Pero también para intentar averiguar de dónde venimos, unir a países, inspirar a los niños y soñar con ver las estrellas de cerca. Explorar es un deseo y una necesidad innata para los humanos que, como decía Tsiolkovsky, se niegan a vivir siempre en una cuna.